SONIDO Y SENTIDO.
Conscientes de que la vida se basa en una continua mutación, a nuestro modo de ver, el pensamiento sobre la arquitectura, y sobre la vida, ya no trata de asentarse sobre un conjunto de verdades inmutables, fruto de una incansable búsqueda de perfección que ha acompañado a la humanidad desde sus orígenes.
Nuestra vida como especie se caracteriza por la ininterrumpida conversación que el ser humano establece con el mundo que le rodea; a los seres animados y a los seres inanimados, y el mundo, a su vez, nos interroga a nosotros.
En este mundo conversacional, no podemos dejar de hacer presente nuestra obsesión privada por hacer una arquitectura que, desde el optimismo de lo posible, trabaje sobre igualdad y la diversidad, una arquitectura que trabaje sobre aquello que nos une y aquello que nos hace diferentes: una arquitectura, en fin, hecha para las personas, por las personas y con las personas.
Por otra parte, se debe hacer presente que la oscilación permanente se ‘’sonido y sentido’’ propia de la conversación, tomando prestadas las palabras de Paul Valery cuando habla de la poesía, aplica en arquitectura a la vocación que esta tiene de ser una acción creativa mediada, o lo que es lo mismo, un ‘’arte impuro’’, citando en este caso al profesor Antón Capitel.
Un arte impuro que surge de una optimista coincidencia de obsesiones privadas, y necesidades públicas, como diría Richard Rorty hablando del conocimiento. Obsesiones privadas que son de carácter personal, y por tanto subjetivas, y necesidades públicas que derivan de lo que la sociedad, de forma supuestamente objetiva, reclama de la arquitectura, de las constricciones que son propias de la disciplina y de la realidad del entorno en el que se despliega nuestra actividad.
Así, la arquitectura que nos interesa reivindica una práctica más social, más participativa y más sostenible, en la que el pensamiento sobre el mundo, sobre la sociedad, sobre el medio ambiente y sobre las personas, debe ser el punto de partida de su capacidad para mejorar la realidad.
De este modo, lo social, lo participativo y lo sostenible deben construir la urdimbre de una arquitectura donde las ideas luchan por transformarse en materia, y donde el arquitecto se siente constreñido por una realidad compleja y, a la vez, liberado de esta.
Es por ello que la arquitectura que nos parece pertinente para este momento de cambio reclama unía menor visibilidad, renunciando a convertirse en un simple embellecimiento de la realidad y aceptando el carácter de servicio a la sociedad que siempre tuvo.
Y aquí es donde se debe hacer hincapié en la vocación que la arquitectura tiene de priorizar las ideas sobre las formas, de priorizar la ética sobre la estética, de priorizar el respeto a lo existente sobre la falta de respeto por lo existente, de priorizar lo colectivo sobre lo privado y de priorizar, en resumen, el nosotros sobre el yo…